LA NACION
Martes 13 de
enero de 2009
ComÃan en
un restaurante del centro y se quedaban conversando hasta la madrugada. HacÃan
un análisis detallado de la marcha del paÃs y soñaban juntos con lo que
sucederÃa si llegaban al poder. Durante años de menemismo tardÃo y alianza
reluciente, Néstor Kirchner se reunÃa con uno de sus principales aliados
nacionales, hoy desterrado de su gabinete y del paÃs, y hablaba a borbotones de
las polÃticas fundamentales que habrÃa de poner en marcha si llegara a ser
presidente de la Nación. Sin saber que el sueño algún dÃa se volverÃa realidad.
"Te
juro que tocamos todos los temas nacionales, hasta los más Ãnfimos –me cuenta el desterrado–. Y nunca, jamás de los
jamases, mencionó la polÃtica de derechos humanos ni los juicios a los
represores de la dictadura militar." Inmediatamente después de asumir la
Presidencia, Kirchner sorprendió a su amigo al colocar esa problemática al tope
de su agenda.
Dos meses
después de la llegada de Kirchner a la Casa Rosada almorcé con otro miembro de
su entorno, al que conocÃa desde el otoño de mi propia adolescencia.
Recuerdo
que cuando yo era joven él militaba en un partido trotskista y que era un gran
jugador de ajedrez. Muchos años después, se ufanaba ante varios contertulios,
entre los que yo me encontraba, de su heroica militancia en la Juventud
Peronista de la Tendencia. "¡Pero si vos eras trosco y odiabas a los
montos!", le recordé. Me lo negó sin pestañear, como si yo estuviera loco.
Luego me encontré con dos ex compañeros suyos y me relataron una escena parecida.
Estaban escandalizados: el flamante funcionario se habÃa inventando un pasado
para pertenecer al cÃrculo áulico de Kirchner. Un ilusorio ayer, como decÃa
Borges. Y se habÃa creÃdo la mentira.
Por aquellos tiempos almorcé también con un ex jefe de la organización Montoneros.
Fue un almuerzo un tanto surrealista, puesto que ocurrió en una suite del más
famoso hotel de la zona de Retiro.
Los
montoneros cantaban, en los setenta, "¡Qué lindo, qué lindo que va ser el
Hospital de Niños en el Sheraton Hotel!". Pero ahà estábamos, en una
habitación del Sheraton, degustando platos de autor y libando vinos exquisitos.
El ex dirigente se habÃa convertido en un próspero empresario y me citaba para
contarme sus múltiples negocios.
Cuando
Mario Eduardo Firmenich salió de prisión, el hombre que comÃa frente a mà y me
servÃa la copa le habÃa dicho: "Pepe, se acabó. Ahora, cada uno por su
cuenta". El comandante Pepe siguió un tiempo vinculado a la polÃtica, pero
mi interlocutor se habÃa desprendido del guerrillerismo y se habÃa abocado con
tesón y éxito evidente al mundo de las empresas. Curiosamente, este personaje
se sentÃa más proclive a reconocer errores que muchos intelectuales
setentistas: les habÃa pedido perdón a varios de sus antiguos contrincantes
polÃticos, a los que Montoneros habÃa despachado a golpes de granada y
metralleta, y tenÃa mucho pudor en andar levantando el dedo como si pudiera ser
fiscal de la República después de haber cometido tantos desatinos: haber
pensado que Perón era socialista, haber pasado a la clandestinidad bajo un
gobierno democrático, haber asesinado a oponentes y a compañeros, y otras
aberraciones de la época.
"Y
qué piensa de los Kirchner?", le pregunté. El ex dirigente montonero se
limpió la comisura de los labios y dijo, educadamente: "Durante la
revolución sandinista, el pueblo tomó Managua y los sectores derechistas
debieron abandonar en las calles el armamento que tenÃan y echar a correr.
Cuando la batalla habÃa terminado, los estudiantes, que se decÃan milicianos,
salieron de sus casitas y de las facultades, tomaron posición en los nidos de
los armamentos abandonados y estuvieron toda una noche disparando contra la
oscuridad y contra la nada porque ya no habÃa nadie. Después pidieron medallas.
Eran jacobinos con los enemigos, y afirmaban que ellos eran los que habÃan
hecho posible la revolución".
Lo miré a
los ojos. El veterano montonero bebió un sorbo de malbec y me dijo: "Los
kirchneristas son los milicianos de Managua".
La
invención de un ilusorio ayer, la brusca vocación setentista y la repentina
adopción de las palabras y los sÃmbolos de la izquierda por parte de un
peronista clásico y feudal no son, en sà mismos, buenos ni malos. Son,
simplemente, rasgos de un gran montaje: hacer pasar una vez más al peronismo
por lo que no es.
Pero ¿por
qué los Kirchner adoptaron esta estrategia? La explicación no es psicológica,
sino polÃtica. Para entender la maniobra, que hoy empieza a desgajarse, hay que
partir de un hecho poco estudiado. En la Argentina, el llamado progresismo
lideraba la opinión pública.
El progresismo no es un partido. Es un movimiento invertebrado de gran
predicamento que se reserva para sà la autoridad moral de velar por los pobres
y desposeÃdos en un mundo dominado por el individualismo y el mercado salvaje.
Se trata de un colectivo que integran
restos del marxismo, socialdemócratas, ex alfonsinistas, nacionalistas de
izquierda y artistas libertarios. Las posiciones progre vienen dominando
históricamente el gremio de la prensa escrita, los cenáculos intelectuales y la
enorme grey urbana de la queja pop, que representa las "buenas
conciencias" y opera desde los sites de los medios y desde los
contestadores automáticos de las radios.
Durante
largo tiempo, los llamados opinators (opinadores a mansalva) sostenÃan
posiciones "progresistas". Menem unió a toda esta gran familia en su
contra: los setentistas, que por historia tenÃan más experiencia de lucha,
condujeron el colectivo contra el riojano y lo hostigaron sin miramientos. Hijo
de esa posición unificada resulta el boom del periodismo de
investigación y denuncia de los años noventa.
"Contra
Menem estábamos mejor", se quejaban los progresistas cuando se dividieron
aguas, en época de "Chacho" Alvarez y Fernando de la Rúa: ya no
estaban tan seguros de dónde estaba el bien y dónde estaba el mal.
Kirchner y
su esposa tenÃan una pálida y remota militancia de izquierda en los setenta.
Pero hicieron fortuna durante la dictadura, integraron la renovación
justicialista, acompañaron el proyecto de Menem y, al final, se transformaron
en los primeros duhaldistas. Eran tan peronistas que nadie podÃa confundirlos,
en una noche de luna llena, con ningún progre , por más mala vista que
tuviera.
RaquÃtico
de votos, en un paÃs que le quedaba grande, Kirchner se propuso entonces
cautivar al colectivo progresista e incluso sentarse a su volante. Lo logró con
muy poco: ofensiva contra los dinosaurios del Proceso, entrega a los
setentistas de la polÃtica de defensa, subsidios para las Madres de Plaza de
Mayo, empleos públicos directos o indirectos para periodistas e intelectuales
adictos, y jubileo para artistas populares del palo.
Fue una
estrategia sumamente inteligente y exitosa.
El hostigamiento a los represores
colocó al kirchnerismo como campeón de los derechos humanos y sepultó bajo ese
asfalto de bronce una tonelada de indicios y sospechas de negociados turbios.
El tan argentino "roban, pero hacen" fue sustituido imaginariamente por
el flamante "roban, pero enjuician".
Lo que horrorizaba en el "menemato" era minimizado e ignorado
en la era kirchnerista: como si la honradez progre fuera menos necesaria
que la honradez neoliberal. Y asà fue como muchos manuales de ética y
periodismo se quemaron en la hoguera de la deshonestidad intelectual. No hay
que hacerle el juego a la derecha, argumentaban los mismos que eran fiscales
éticos e impiadosos del poder en los noventa. Y callaban, o relativizaban, o
pateaban la pelota afuera.
Kirchner
entendió como nadie esta dicotomÃa de buenos y malos. Si estás en el lado
correcto, tenés a los opinadores a tu favor y se te perdonan los renuncios. Si
los tenés en contra, perdés y caés en desgracia. Asà de simple.
La
anestesia fue tan grande que le permitió seguir obteniendo el apoyo de gran
parte de la comunidad progresista pese a sus evidentes polÃticas de derecha.
¿PodrÃamos imaginar lo que hubiera ocurrido si Menem o Macri hubieran pagado cash
y enterita la deuda externa al FMI mientras existÃan escandalosas cifras de
miseria en el paÃs? ¿O si Duhalde hubiera empujado una ley para permitir un
blanqueo de capitales que abriera la puerta al lavado de dinero? Digámoslo en
castellano: el progresismo se los hubiera comido crudos. En vez de eso, una
parte importante del colectivo festejó el primer gesto como un acto de
autonomÃa del paÃs soberano y el segundo, como el feliz intento de repatriar
inversiones para superar la crisis.
A lo largo
de cinco años de gestión a todo vapor y con todo el poder, en el paÃs de los
Kirchner se abrió la brecha entre los ricos y los pobres, aumentó la
concentración económica, se utilizó el superávit para subsidiar
escandalosamente a los grandes consumidores eléctricos, se incrementó el gran
impuesto a los desposeÃdos que es la inflación y se pagaron tasas usurarias a
Venezuela. El matrimonio presidencial se alió con los barones del conurbano
bonaerense (Aldo Rico incluido), apoyó a los gobernadores y caciques más
recalcitrantes del peronismo ortodoxo, cedió poder y beneficios a los
burócratas sindicales, copó el Consejo de la Magistratura, propició la censura,
ayudó económicamente a dóciles periodistas de derecha, mientras echaba de la
televisión a Jorge Lanata y Alfredo Leuco y de la radio, a Pepe Eliaschev, creó
un sistema de empresarios amigos de dudosa prosperidad y alentó a grupos de
choque que se dedicaron a amedrentar y a romper marchas callejeras de libre
expresión.
La
posición crÃtica de varios intelectuales importantes del progresismo, como
Beatriz Sarlo, y la deserción de Miguel Bonasso, que no tiene relevancia
polÃtica, pero sà simbólica, va mostrando que la épica progresista montada como
relato y coartada tiene lÃmites y fecha de defunción.
Otro amigo mÃo, que militó en la Juventud del Partido Comunista y que se
divierte amargamente con las picardÃas de Kirchner, me dijo este fin de semana
agarrándose la cabeza: "Lo increÃble no es que Néstor les haya dado tanta
papilla en la boca. ¡Lo increÃble es que la hayan comido con tanto gusto! Y
ahora, de repente, se despiertan con indigestión, abandonan la cocina y
denuncian, indignados, al cocinero. ¿Cuántas veces los van a echar de la
Plaza?".