Un argentino en el exterior, esté donde esté, conoce el fonema universal para su nacionalidad: “Maradona”. Lo que pocos saben es que bien podría decirse “Mario Bunge” como homónimo de filosofía y ciencia.
Mario Augusto Bunge (98 años) es un prolífico académico, que lleva en su haber más de 75 libros, 450 artículos y un centenar de publicaciones científicas, y también es un filósofo científico: una rara avis que incorpora el rigor científico a la intuición filosófica. Es Doctor en Ciencias físico-matemáticas por la Universidad Nacional de La Plata y cuenta con 20 doctorados honoris causa en varios países. Hoy, ocupa el puesto 113 en el Salón de la Fama Científica, pero de joven era contestatario y rebelde.
“Fui un mal alumno durante toda la secundaria, al punto de que acabé mis estudios de forma autodidacta, a la vez que escribía mis primeros libros sobre marxismo y psicoanálisis”, dice Bunge. Por estos días, está retirado como profesor emérito de la Universidad McGill en Canadá, donde se encargó de dictar cursos sobre lógica y metafísica, pero no descansa y viene publicando un libro por año desde 2014. La de Bunge es una historia binaria, entre la filosofía y la ciencia, entre la Argentina y su exilio a Canadá durante la dictadura militar, entre su prolífica obra y su desconocimiento local.
Hacer es rebelarse
Cuando Bunge, en 1930, se cruzó con las ideas de los astrofísicos más famosos de la época —Arthur Eddington y James Jeans— sobre cómo el universo era un “texto matemático de Dios”, no pudo evitar reaccionar. “Quería discutirlo, pero no sabía cómo, así que me decidí por estudiar Física”, expresa, pero confirma que la motivación era la refutación filosófica. Ese mismo espíritu guió su carrera filosófica, que alcanzó su cénit con la publicación de su Tratado de Filosofía en ocho tomos, un ambicioso proyecto que refundó la filosofía de su tiempo utilizando las herramientas de la ciencia y las matemáticas, algo impensado para el clima intelectual de la época y las prácticas filosóficas habituales.
Su trabajo continuó con exploraciones novedosas sobre la filosofía de las ciencias sociales, la filosofía política y, por supuesto, las ciencias naturales. “Mi impulso siempre fue la mera curiosidad, fomentada por la vida al aire libre y un montón de libros. Aunque muchos de ellos malos, también me impulsaron a averiguar y conjeturar”, comenta Bunge. “Mi obra tiene valor porque siempre me ocupé de problemas y no de autores. La ciencia trabaja con problemas y no con opiniones de alguien”, refuerza y antagoniza con sus colegas filósofos. Es que Bunge es un “hacedor”, una especie de emprendedor inconformista y no un diletante. Por ejemplo, creó entidades como la Sociedad Internacional de Filosofía Exacta, de la cual se separó pero que aún funciona, y productos como “Minerva”, una de las primeras revistas de filosofía rioplatense, con el leit motiv de “combatir el irracionalismo” , que tuvo una vida exigua.
Su impulso a innovar y proponer, antes que hacer escolástica, no siempre redundó en situaciones positivas…
A los 19 años, en 1938, decidió fundar la Universidad Obrera Argentina, alineada al socialismo que desde joven adoptó y promulgó, pensada para que los obreros nacionales se eduquen en materia de derechos laborales (clase que brindó un joven Arturo Frondizi) y tecnología (Bunge dictaba clases de mecánica, entre otras).
En 1943, el por entonces secretario de Trabajo y Previsión, el Coronel Juan Domingo Perón, clausuró la Universidad.