El tiempo antes del tiempo
En
esta entrevista, el escritor holandés Cees Nooteboom, varias veces
candidato al premio Nobel, habla de su vida y de su obra, marcada por la
melancolía e iluminada por el humor
El
primer viaje significativo en la vida de Cees Nooteboom implicó menos
un desplazamiento en el espacio que en la dimensión del espíritu: fue
del caos al orden. Antes de que, a los 19 años, abandonara el hogar para
recorrer Europa haciendo autostop; antes de que sus viajes por el mundo
-tamizados por una especial sensibilidad para observar y comprender la
diversidad humana y por una curiosidad intelectual que parece no tener
límites- alimentaran una obra rica en novelas, relatos de viajes y
poesía, cuyo valor ha sido reconocido por la crítica internacional, a
tal punto que su nombre circula una y otra vez entre los candidatos al
premio Nobel; mucho antes de todo eso, siendo un adolescente, Nooteboom
fue enviado por su familia a un monasterio agustino. Allí, este escritor
nacido en La Haya en 1933 tuvo su primer contacto sistemático con la
literatura y con el mundo de las ideas.
"Mi
infancia no fue como la de Borges o Nabokov -dice el autor de Rituales,
de visita en la Argentina-. En mi casa no había libros, había caos a
causa de la guerra. Mis padres eran católicos pero no muy practicantes.
Después de que mi padre murió, mi madre se casó con un hombre muy
católico, que me envió con los monjes. Allí recibí una educación muy
buena: griego, latín, Ovidio, los clásicos.
"No
había nadie en casa que me dijera: ?Debes leer a Proust´. Eso tiene
ventajas y desventajas: por un lado, significa que uno tiene que
averiguar todo por sí mismo pero, por otro lado, esa situación hace que
uno desarrolle cierto extraño instinto? A los 18 años me encontré con un
poeta que me preguntó: ?¿Qué lee?´. Yo había leído a una novelista que
ahora está completamente olvidada. El me miro asombrado: ?Usted debería
leer a Ezra Pound´, me dijo. Allí fui, entonces, y me compré un libro de
Ezra Pound, el abecé de la lectura. De modo que soy, en cierta manera,
aparte de los pocos años de monasterio y educación clásica, lo que se
puede llamar un autodidacta."
Esa
infancia que Nooteboom identifica con el caos ha sido en parte
cancelada por el olvido. "Cuando hubo una exhibición sobre mi vida en el
museo literario que tenemos en Holanda alguien del museo averiguó,
revisando el catastro, que mis padres cambiaron de casa ocho veces entre
mi nacimiento y el primer día de la guerra, o sea, ocho mudanzas en
siete años. No tuve una infancia protegida y no tengo recuerdos de ella.
No recuerdo las mudanzas ni tampoco las escuelas a las que asistí. El
10 de mayo de 1940 fuimos bombardeados por los alemanes. Mi teoría es
que todo ese ruido y ese caos marcaron un corte y borraron los recuerdos
que yo tenía de lo que había vivido antes. Ahora estoy leyendo el
último libro de Amos Oz y me impresiona cómo es capaz de recordarlo
todo, cuando era pequeño, en Israel, y al mismo tiempo me siento tan
pobre porque no recuerdo nada".
Hace
unos días, Nooteboom llegó a la Argentina a bordo de un crucero que
embarcó en Valparaíso, tocó Cabo de Hornos y terminó en Buenos Aires.
Durante esa travesía dio dos charlas sobre su obra (una, compartida con
su amigo, el escritor alemán Rüdiger Safranski).
De
la vasta obra que Nooteboom produjo en los últimos cincuenta años se
pueden encontrar en Buenos Aires algunos títulos importantes, como El
desvío a Santiago, ¡Mokusei! y Hotel nómada, además de las novelas
Rituales (premio Pegasus), La historia siguiente (Premio Europeo
Aristeion de Literatura y premio Grinzane Cavour) y El día de todas las
almas. "En Alemania es donde tengo mayor éxito. Allí, libros como
Rituales, La historia siguiente o El día de todas las almas,
extrañamente, son best sellers. Desde luego, yo no soy un autor de best
sellers, pero que mis libros se vendan bien hace mi vida mucho más
fácil. No todos mis títulos están traducidos al español y son pocos los
que han llegado aquí. En general se traduce a los autores ingleses o
norteamericanos, pero con los escritores de los países pequeños es
diferente. Supongo que eso es algo que tiene que ver con el imperio de
la cultura angloamericana porque, obviamente, tiene que haber cosas
interesantes fuera del mundo angloamericano. Los propios escritores
norteamericanos están preocupados por este tema y están tratando de
hacer algo, ya que sólo el cinco por ciento de los libros que se
publican en los Estados Unidos llega del exterior. En Holanda hemos
traducido a Borges, a Cortázar, a Vargas Llosa pero, en ese sentido, el
intercambio con los países de América latina siempre ha sido
desfavorable. Ahora ha mejorado, y espero que siga mejorando".
La primera novela de Nooteboom, El paraíso está al lado,
apareció a mediados de los años cincuenta, un poco prematuramente,
según el autor. "Es una novela de iniciación, de juventud, de autostop,
de amor. Tuvo éxito en Holanda porque era una suerte de novela de
carretera. Fue traducida al alemán tres años después pero desapareció
completamente. Ahora la han retraducido y le han dado su título original
que en español sería Felipe y los otros, y es un éxito, aunque ha
pasado tanto tiempo. El problema es que una primera novela se escribe
como si surgiera de un manantial. En tres meses estuvo lista y yo tuve
mis quince minutos de fama, como dice Andy Warhol. De repente, yo era un
escritor. Todos lo decían, así que debía de ser verdad. Pero yo no
sabía qué hacer. Tampoco tenía dinero, así que comencé a escribir
publicidad. Fue un ejercicio útil, porque obliga a escribir sobre algo
en especial de una cierta manera, pero no duró mucho.
Me
enamoré. Ella era de Surinam y hacia allí fui, a bordo de un buque en
el que me embarqué como marinero (algo que hice una sola vez en mi vida,
pero que fue toda una experiencia). En Surinam escribí algunos relatos
sobre marineros y, después, una novela que de alguna manera tiene que
ver con el problema de la escritura: lo que significa para quien escribe
y si uno está dispuesto a sacrificar su vida por ella. El protagonista
del libro, que es escritor, se suicida. Esa fue la última novela que
escribí en mucho tiempo. Durante diecisiete años viajé por todo el mundo
sin hacer ficción pero escribí mucho sobre arte y sobre viajes, e hice
varios libros de poesía. Y siempre supe que escribiría novelas. Sólo que
me di cuenta de que había empezado demasiado temprano y de que no tenía
entonces suficiente conocimiento del mundo."
¿De
qué están hechas las novelas de Nooteboom? De la respiración de Europa,
de sus problemas modernos, sus tradiciones medievales, su herencia
griega y latina. También están hechas de tiempo. Muchos de sus
personajes viven obsesionados por el tiempo, ya sea que traten de
controlarlo por medio de la repetición de rituales enloquecedores o se
abandonen pasivamente a su curso, como ocurre, precisamente, en
Rituales. En El día de todas las almas el tiempo se despliega en
diferentes planos, tanto para una Berlín que muestra todavía frescas las
cicatrices de la reunificación como para el camarógrafo documentalista
holandés Arthur Daane, que se mueve entre el recuerdo de su esposa e
hijo muertos en un accidente de aviación y el presente de una profesión
que lo sustrae durante semanas de la vida cotidiana para narrar la
historia de la mafia rusa o registrar el ascetismo de los monjes
budistas. Profesión en la que, por otra parte, el tiempo tiene una
importancia vital ya que modifica la luz, materia prima con la que Daane
trabaja. En La historia siguiente, en cambio, el tiempo opera de un
modo mágico. Herman Mussert, gris profesor de griego y de latín, se
acuesta una noche en su departamento de Amsterdam y amanece al día
siguiente en un hotel de Lisboa, hecho inexplicable que le permite
evocar episodios de su vida en esa ciudad, con nostalgia y deliciosa
ironía.
"Estoy
fascinado por el tiempo porque no sé lo que es. No sé mucho de ciencia
pero, cada vez que alguien explica que cuando ocurrió el Big Bang
comenzó el tiempo, se me ocurre una pregunta científicamente estúpida
pero natural: ¿y antes del Big Bang? Nadie ha sido capaz de responderme
qué ha ocurrido antes del tiempo".
Inni
Wintraub (protagonista de Rituales), Daane y Mussert son seres
mutilados. Nooteboom los ha arrojado a la aventura de sus novelas
después de haberlos despojado de algún valor esencial (a Wintraub lo
abandonó su esposa y ha fallado en el intento de suicidarse, Daane
perdió mujer e hijo al estrellarse un avión y a Mussert le han
quitado... ¿la realidad, la sustancia de una vida terrenal?) dejándoles
un hueco donde anida una callada melancolía que, por debajo del humor y
el tono reflexivo, va tiñendo cada historia.
"Tal vez sea cierto que uno escribe siempre el mismo libro aunque con un montón de diferencias en cada caso.
La melancolía es parte del ser. Lo que ocurre es que, de alguna manera,
a uno no le gusta admitir que es una persona melancólica porque la
melancolía también es una enfermedad, desde el punto de vista
psiquiátrico. Pero, por otra parte, escribir es un acto de entusiasmo.
Vivir y escribir parece entonc es una contradicción. En general, cuando
la gente me entrevista o escribe acerca de Rituales identifica a su
protagonista conmigo, y yo digo que se equivocan, porque Wintraub nunca
hubiera escrito una novela. No hubiera hecho nada, en realidad, más bien
se habría sentado a mirar. Por otra parte Daane tiene una vida de
intensa actividad, posiblemente inducida por el hecho de que su esposa e
hijo han muerto, es cierto, pero su contemplación del teatro humano
como camarógrafo es muy activa".
La contemplación del teatro humano es, también, una de las especialidades de Nooteboom.
Testimonio
de ello son sus libros de viajes, entre ellos, El desvío a Santiago y
Hotel Nooteboom, en el que recoge los relatos que escribió durante sus
visitas a Gambia, Malí, Bolivia y México en los años 60, 70 y 80. Todo
empezó con aquel viaje a dedo por las rutas de Europa. "No recuerdo qué
fue lo que me impulsó a hacerlo. Supongo que habrá sido la idea del
movimiento, del descubrimiento, pero a los 19 años uno es tan joven que
nada es preconsiderado. De todos modos, eran otros tiempos. Ahora sería
impensable un viaje así porque en las autopistas no está permitido hacer
autostop. En aquellos años, en la década del 50, había pocas autopistas
en Europa. Tampoco se fijaba uno en los hoteles y en el confort. Era,
simplemente, ponerse al costado de la carretera y pensar dónde se iba a
dormir esa noche. Tengo un colega, en Holanda, que siempre se queda en
casa y me pregunta por qué viajo tanto, por qué tengo esa inquietud. Lo
que ocurre es que me siento bien viajando, más allá de que en cada viaje
siempre hay momentos que no son del todo agradables. A los 17 años me
presenté en un monasterio trapense y le dije al abad que quería
ingresar. El hombre, que sin duda vio en mí algo que yo mismo no había
visto aún, me indicó una celda, me dio el libro de un santo, un
diccionario de latín-holandés, papel y lápiz para que lo tradujera. Duré
apenas unos días. De todos modos siempre, cuando viajo, visito
monasterios. Me atraen esas vidas un poco extremas, completamente fuera
del mundo. Para mí los viajes no son una huida, no huyo de nada cuando viajo. Estoy conmigo, aunque no sea la mejor compañía".
Algunos
de los relatos de viajes de Nooteboom tienen un matiz más periodístico
que literario, como, por ejemplo, los que escribió en los países
africanos y en Bolivia.
"En
realidad, nunca fui un periodista en el sentido estricto del término
aunque tuve una columna en un diario, durante muchos años, en la que era
libre de escribir sobre cualquier tema. Bolivia fue una experiencia muy
interesante. Cuando la visité por primera vez, de Sudamérica solo
conocía Surinam, la ex colonia de Holanda (un lugar fantástico). Pero
Bolivia era completamente diferente de lo que uno estaba habituado a
ver, era un país indio. En ese momento, además, tenía el interés
adicional de que hacía poco había muerto allí el Che Guevara, y se
seguían con mucha expectativa las alternativas del experimento que
Castro estaba haciendo en Cuba".
Nooteboom reconoce que, de alguna manera, el hábito de viajar enseña a despojarse de lo superfluo.
"De
todos modos, es muy difícil para mí evaluar si eso es así porque, en mi
caso, además de los viajes cuenta la edad. Cuando uno ha visto mucho,
ha viajado por todos los continentes y ha vivido ya una vida
relativamente larga, un montón de cosas se vuelven superfluas. Si uno
viaja por África, por el desierto, en distintas circunstancias, ve la
vida humana en todas sus formas. Y ve mucho sufrimiento. Entonces,
cuando se vuelve a Holanda después de haber estado tres meses en
distintos lugares donde la gente tiene sus propios dramas, las noticias
en los diarios sobre las peleas entre los políticos, por ejemplo (que
parecen ser siempre las mismas), o ciertos temas que se presentan como
debates encendidos, se ven desde otra perspectiva. Lo mismo me ocurre
cuando leo los periódicos en España, donde tengo una pequeña casa a la
que vuelvo después de cada invierno. Uno empieza a encontrar aburridas
algunas discusiones.
Viajar
constantemente le puede dar a uno la sensación de que planea por encima
de esas pequeñeces y, en ese sentido, hay que tener mucho cuidado de no
desapegarse de esa realidad cotidiana tanto que luego ya no se
comprenda más de qué están hablando los otros.
Hay
una anécdota graciosa. Tengo un amigo holandés, una persona
encantadora, matemático, filósofo y profesor de sánscrito. Un día me
dijo: ?No leo los diarios, nunca miro la televisión, no escucho la
radio. La vida es demasiado corta, soy el único que puede hacer este
trabajo y a eso tengo que dedicar mi tiempo´. Sí, pero, escucha, pasan
cosas terribles
Oh, sí! -dijo él con toda tranquilidad-. Lo sé porque entonces la gente viene y me lo cuenta".