5 mar 2018

ENTREViSTA A CEES NOOTEBOOM

El tiempo antes del tiempo

En esta entrevista, el escritor holandés Cees Nooteboom, varias veces candidato al premio Nobel, habla de su vida y de su obra, marcada por la melancolía e iluminada por el humor
El primer viaje significativo en la vida de Cees Nooteboom implicó menos un desplazamiento en el espacio que en la dimensión del espíritu: fue del caos al orden. Antes de que, a los 19 años, abandonara el hogar para recorrer Europa haciendo autostop; antes de que sus viajes por el mundo -tamizados por una especial sensibilidad para observar y comprender la diversidad humana y por una curiosidad intelectual que parece no tener límites- alimentaran una obra rica en novelas, relatos de viajes y poesía, cuyo valor ha sido reconocido por la crítica internacional, a tal punto que su nombre circula una y otra vez entre los candidatos al premio Nobel; mucho antes de todo eso, siendo un adolescente, Nooteboom fue enviado por su familia a un monasterio agustino. Allí, este escritor nacido en La Haya en 1933 tuvo su primer contacto sistemático con la literatura y con el mundo de las ideas.
"Mi infancia no fue como la de Borges o Nabokov -dice el autor de Rituales, de visita en la Argentina-. En mi casa no había libros, había caos a causa de la guerra. Mis padres eran católicos pero no muy practicantes. Después de que mi padre murió, mi madre se casó con un hombre muy católico, que me envió con los monjes. Allí recibí una educación muy buena: griego, latín, Ovidio, los clásicos.
"No había nadie en casa que me dijera: ?Debes leer a Proust´. Eso tiene ventajas y desventajas: por un lado, significa que uno tiene que averiguar todo por sí mismo pero, por otro lado, esa situación hace que uno desarrolle cierto extraño instinto? A los 18 años me encontré con un poeta que me preguntó: ?¿Qué lee?´. Yo había leído a una novelista que ahora está completamente olvidada. El me miro asombrado: ?Usted debería leer a Ezra Pound´, me dijo. Allí fui, entonces, y me compré un libro de Ezra Pound, el abecé de la lectura. De modo que soy, en cierta manera, aparte de los pocos años de monasterio y educación clásica, lo que se puede llamar un autodidacta."
Esa infancia que Nooteboom identifica con el caos ha sido en parte cancelada por el olvido. "Cuando hubo una exhibición sobre mi vida en el museo literario que tenemos en Holanda alguien del museo averiguó, revisando el catastro, que mis padres cambiaron de casa ocho veces entre mi nacimiento y el primer día de la guerra, o sea, ocho mudanzas en siete años. No tuve una infancia protegida y no tengo recuerdos de ella. No recuerdo las mudanzas ni tampoco las escuelas a las que asistí. El 10 de mayo de 1940 fuimos bombardeados por los alemanes. Mi teoría es que todo ese ruido y ese caos marcaron un corte y borraron los recuerdos que yo tenía de lo que había vivido antes. Ahora estoy leyendo el último libro de Amos Oz y me impresiona cómo es capaz de recordarlo todo, cuando era pequeño, en Israel, y al mismo tiempo me siento tan pobre porque no recuerdo nada".
Hace unos días, Nooteboom llegó a la Argentina a bordo de un crucero que embarcó en Valparaíso, tocó Cabo de Hornos y terminó en Buenos Aires. Durante esa travesía dio dos charlas sobre su obra (una, compartida con su amigo, el escritor alemán Rüdiger Safranski).
De la vasta obra que Nooteboom produjo en los últimos cincuenta años se pueden encontrar en Buenos Aires algunos títulos importantes, como El desvío a Santiago, ¡Mokusei! y Hotel nómada, además de las novelas Rituales (premio Pegasus), La historia siguiente (Premio Europeo Aristeion de Literatura y premio Grinzane Cavour) y El día de todas las almas. "En Alemania es donde tengo mayor éxito. Allí, libros como Rituales, La historia siguiente o El día de todas las almas, extrañamente, son best sellers. Desde luego, yo no soy un autor de best sellers, pero que mis libros se vendan bien hace mi vida mucho más fácil. No todos mis títulos están traducidos al español y son pocos los que han llegado aquí. En general se traduce a los autores ingleses o norteamericanos, pero con los escritores de los países pequeños es diferente. Supongo que eso es algo que tiene que ver con el imperio de la cultura angloamericana porque, obviamente, tiene que haber cosas interesantes fuera del mundo angloamericano. Los propios escritores norteamericanos están preocupados por este tema y están tratando de hacer algo, ya que sólo el cinco por ciento de los libros que se publican en los Estados Unidos llega del exterior. En Holanda hemos traducido a Borges, a Cortázar, a Vargas Llosa pero, en ese sentido, el intercambio con los países de América latina siempre ha sido desfavorable. Ahora ha mejorado, y espero que siga mejorando".
La primera novela de Nooteboom, El paraíso está al lado, apareció a mediados de los años cincuenta, un poco prematuramente, según el autor. "Es una novela de iniciación, de juventud, de autostop, de amor. Tuvo éxito en Holanda porque era una suerte de novela de carretera. Fue traducida al alemán tres años después pero desapareció completamente. Ahora la han retraducido y le han dado su título original que en español sería Felipe y los otros, y es un éxito, aunque ha pasado tanto tiempo. El problema es que una primera novela se escribe como si surgiera de un manantial. En tres meses estuvo lista y yo tuve mis quince minutos de fama, como dice Andy Warhol. De repente, yo era un escritor. Todos lo decían, así que debía de ser verdad. Pero yo no sabía qué hacer. Tampoco tenía dinero, así que comencé a escribir publicidad. Fue un ejercicio útil, porque obliga a escribir sobre algo en especial de una cierta manera, pero no duró mucho. 
Me enamoré. Ella era de Surinam y hacia allí fui, a bordo de un buque en el que me embarqué como marinero (algo que hice una sola vez en mi vida, pero que fue toda una experiencia). En Surinam escribí algunos relatos sobre marineros y, después, una novela que de alguna manera tiene que ver con el problema de la escritura: lo que significa para quien escribe y si uno está dispuesto a sacrificar su vida por ella. El protagonista del libro, que es escritor, se suicida. Esa fue la última novela que escribí en mucho tiempo. Durante diecisiete años viajé por todo el mundo sin hacer ficción pero escribí mucho sobre arte y sobre viajes, e hice varios libros de poesía. Y siempre supe que escribiría novelas. Sólo que me di cuenta de que había empezado demasiado temprano y de que no tenía entonces suficiente conocimiento del mundo."
¿De qué están hechas las novelas de Nooteboom? De la respiración de Europa, de sus problemas modernos, sus tradiciones medievales, su herencia griega y latina. También están hechas de tiempo. Muchos de sus personajes viven obsesionados por el tiempo, ya sea que traten de controlarlo por medio de la repetición de rituales enloquecedores o se abandonen pasivamente a su curso, como ocurre, precisamente, en Rituales. En El día de todas las almas el tiempo se despliega en diferentes planos, tanto para una Berlín que muestra todavía frescas las cicatrices de la reunificación como para el camarógrafo documentalista holandés Arthur Daane, que se mueve entre el recuerdo de su esposa e hijo muertos en un accidente de aviación y el presente de una profesión que lo sustrae durante semanas de la vida cotidiana para narrar la historia de la mafia rusa o registrar el ascetismo de los monjes budistas. Profesión en la que, por otra parte, el tiempo tiene una importancia vital ya que modifica la luz, materia prima con la que Daane trabaja. En La historia siguiente, en cambio, el tiempo opera de un modo mágico. Herman Mussert, gris profesor de griego y de latín, se acuesta una noche en su departamento de Amsterdam y amanece al día siguiente en un hotel de Lisboa, hecho inexplicable que le permite evocar episodios de su vida en esa ciudad, con nostalgia y deliciosa ironía.
"Estoy fascinado por el tiempo porque no sé lo que es. No sé mucho de ciencia pero, cada vez que alguien explica que cuando ocurrió el Big Bang comenzó el tiempo, se me ocurre una pregunta científicamente estúpida pero natural: ¿y antes del Big Bang? Nadie ha sido capaz de responderme qué ha ocurrido antes del tiempo".
Inni Wintraub (protagonista de Rituales), Daane y Mussert son seres mutilados. Nooteboom los ha arrojado a la aventura de sus novelas después de haberlos despojado de algún valor esencial (a Wintraub lo abandonó su esposa y ha fallado en el intento de suicidarse, Daane perdió mujer e hijo al estrellarse un avión y a Mussert le han quitado... ¿la realidad, la sustancia de una vida terrenal?) dejándoles un hueco donde anida una callada melancolía que, por debajo del humor y el tono reflexivo, va tiñendo cada historia.
"Tal vez sea cierto que uno escribe siempre el mismo libro aunque con un montón de diferencias en cada caso. La melancolía es parte del ser. Lo que ocurre es que, de alguna manera, a uno no le gusta admitir que es una persona melancólica porque la melancolía también es una enfermedad, desde el punto de vista psiquiátrico. Pero, por otra parte, escribir es un acto de entusiasmo. Vivir y escribir parece entonc es una contradicción. En general, cuando la gente me entrevista o escribe acerca de Rituales identifica a su protagonista conmigo, y yo digo que se equivocan, porque Wintraub nunca hubiera escrito una novela. No hubiera hecho nada, en realidad, más bien se habría sentado a mirar. Por otra parte Daane tiene una vida de intensa actividad, posiblemente inducida por el hecho de que su esposa e hijo han muerto, es cierto, pero su contemplación del teatro humano como camarógrafo es muy activa".
La contemplación del teatro humano es, también, una de las especialidades de Nooteboom. 
Testimonio de ello son sus libros de viajes, entre ellos, El desvío a Santiago y Hotel Nooteboom, en el que recoge los relatos que escribió durante sus visitas a Gambia, Malí, Bolivia y México en los años 60, 70 y 80. Todo empezó con aquel viaje a dedo por las rutas de Europa. "No recuerdo qué fue lo que me impulsó a hacerlo. Supongo que habrá sido la idea del movimiento, del descubrimiento, pero a los 19 años uno es tan joven que nada es preconsiderado. De todos modos, eran otros tiempos. Ahora sería impensable un viaje así porque en las autopistas no está permitido hacer autostop. En aquellos años, en la década del 50, había pocas autopistas en Europa. Tampoco se fijaba uno en los hoteles y en el confort. Era, simplemente, ponerse al costado de la carretera y pensar dónde se iba a dormir esa noche. Tengo un colega, en Holanda, que siempre se queda en casa y me pregunta por qué viajo tanto, por qué tengo esa inquietud. Lo que ocurre es que me siento bien viajando, más allá de que en cada viaje siempre hay momentos que no son del todo agradables. A los 17 años me presenté en un monasterio trapense y le dije al abad que quería ingresar. El hombre, que sin duda vio en mí algo que yo mismo no había visto aún, me indicó una celda, me dio el libro de un santo, un diccionario de latín-holandés, papel y lápiz para que lo tradujera. Duré apenas unos días. De todos modos siempre, cuando viajo, visito monasterios. Me atraen esas vidas un poco extremas, completamente fuera del mundo. Para mí los viajes no son una huida, no huyo de nada cuando viajo. Estoy conmigo, aunque no sea la mejor compañía".
Algunos de los relatos de viajes de Nooteboom tienen un matiz más periodístico que literario, como, por ejemplo, los que escribió en los países africanos y en Bolivia.
"En realidad, nunca fui un periodista en el sentido estricto del término aunque tuve una columna en un diario, durante muchos años, en la que era libre de escribir sobre cualquier tema. Bolivia fue una experiencia muy interesante. Cuando la visité por primera vez, de Sudamérica solo conocía Surinam, la ex colonia de Holanda (un lugar fantástico). Pero Bolivia era completamente diferente de lo que uno estaba habituado a ver, era un país indio. En ese momento, además, tenía el interés adicional de que hacía poco había muerto allí el Che Guevara, y se seguían con mucha expectativa las alternativas del experimento que Castro estaba haciendo en Cuba".
Nooteboom reconoce que, de alguna manera, el hábito de viajar enseña a despojarse de lo superfluo. 
"De todos modos, es muy difícil para mí evaluar si eso es así porque, en mi caso, además de los viajes cuenta la edad. Cuando uno ha visto mucho, ha viajado por todos los continentes y ha vivido ya una vida relativamente larga, un montón de cosas se vuelven superfluas. Si uno viaja por África, por el desierto, en distintas circunstancias, ve la vida humana en todas sus formas. Y ve mucho sufrimiento. Entonces, cuando se vuelve a Holanda después de haber estado tres meses en distintos lugares donde la gente tiene sus propios dramas, las noticias en los diarios sobre las peleas entre los políticos, por ejemplo (que parecen ser siempre las mismas), o ciertos temas que se presentan como debates encendidos, se ven desde otra perspectiva. Lo mismo me ocurre cuando leo los periódicos en España, donde tengo una pequeña casa a la que vuelvo después de cada invierno. Uno empieza a encontrar aburridas algunas discusiones. 
Viajar constantemente le puede dar a uno la sensación de que planea por encima de esas pequeñeces y, en ese sentido, hay que tener mucho cuidado de no desapegarse de esa realidad cotidiana tanto que luego ya no se comprenda más de qué están hablando los otros. 
Hay una anécdota graciosa. Tengo un amigo holandés, una persona encantadora, matemático, filósofo y profesor de sánscrito. Un día me dijo: ?No leo los diarios, nunca miro la televisión, no escucho la radio. La vida es demasiado corta, soy el único que puede hacer este trabajo y a eso tengo que dedicar mi tiempo´. Sí, pero, escucha, pasan cosas terribles
Oh, sí! -dijo él con toda tranquilidad-. Lo sé porque entonces la gente viene y me lo cuenta".