26 mar 2018

BORGES.... UNO DE LOS 10 MEJORES COMiENZOS DE TODOS LOS TiEMPOS


"La mañana de febrero en que Beatriz Viterbo murió, después de una imperiosa agonía que no se rebajó un solo instante ni al sentimentalismo ni al miedo, noté que las carteleras de fierro de Plaza Constitución habian renovado no sé qué aviso de cigarrillos rubios; el hecho me dolió, pues comprendí que el incesante y vasto universo ya se apartaba de ella y que ese cambio era el primero de una serie infinita" 


Primer párrafo de El Aleph votado, en una encuesta internacional, como uno de los diez mejores comienzos de todos los tiempos:

19 mar 2018

CUENTOS BREVES.

El siguiente ejemplo pertenece al cubano Julio Miranda, quien pasó la mayor parte de su vida en Venezuela. Tenaz difusor de la microficción venezolana.
 

Pasión - Julio Miranda
 

El hombre, con los brazos abiertos delante de la puerta, le obstaculizaba el paso. Ella no pudo evitar una sonrisa, pese a todo.
-Pareces un Cristo.
-No te vas.
-Volveré en unos días.
-¿Está de nuevo aquí, verdad?
-¿Para qué lo preguntas?
-No te vayas.
-Déjame salir.
-¿Esto va a durar toda la vida?
-No lo sé.
El hombre se apartó, cruzó junto a ella evitando rozarla, se sirvió un trago y se hundió en un sillón, derramándose encima parte de la bebida, mientras la puerta se cerraba. Se levantó de inmediato, fue hasta la ventana: solo entonces se dio cuenta de que llovía.
-Se va a mojar -dijo en voz muy baja.


Miranda sobresale especialmente como autor de microrrelatos realistas. 

"Pasión" se destaca por el sabio uso de la elipsis. 
El lector comprende lo que sucede a partir de lo poco que se dice y lo mucho que se deja entrever. En cuanto a lo que se dice, la mención a Cristo, al principio, ya introduce la idea de sufrimiento. Y el pensamiento expresado en la última línea del diálogo, trivial en sí mismo, no pudo ser mejor elegido para mostrar la magnitud de los sentimientos del protagonista.  
" Pasión" no fue recogido en libro, apareció por primera vez en el periódico El Universal de Caracas el 18 de enero de 1998.

12 mar 2018

MiLAGROS DE ViDA (fragmento) - JG BALLARD

Milagros de Vida (Mondadori), libro del que se reproduce un fragmento, el autor de El imperio del sol evoca la muerte de su esposa y sus comienzos como escritor al tiempo que se esforzaba por ser padre y madre de sus hijos
La vida familiar siempre ha sido muy importante para mí, mucho más importante, sospecho, que para la generación de mi padre. A menudo me pregunto por qué muchos de ellos se molestaron en tener hijos, y me figuro que debió de ser por motivos sociales, una antigua necesidad de aumentar la tribu y defender la casa, del mismo modo que algunas personas tienen un perro sin mostrarle nunca afecto, pero se sienten seguras cuando ladra al cartero. 
Tal vez yo pertenezca a la primera generación para la cual la salud y la felicidad de sus familias es un indicador significativo de su bienestar mental. La familia y todas las emociones que alberga son un modo de poner a prueba las mejores cualidades de una persona, un trampolín en el que uno puede saltar cada vez más alto, cogido de la mano de su mujer y sus hijos.

Me gustaba estar casado, la primera seguridad real de la que había gozado jamás, y hacía frente sin dificultad a las tensiones y los apuros iniciales de la vidade escritor. Me gustaba ser un padre que se relacionaba estrechamente con sus hijos, paseándolos en cochecito por las calles de Richmond y Shepperton, y más tarde llevándolos en coche por Europa hasta Grecia y España. Los niños cambian muy rápido, mientras aprenden a comprender el mundo y a ser felices, a entenderse a sí mismos y a dar forma a sus mentes.


Me fascinaban mis hijos y me siguen fascinando, y siento algo muy parecido por mis nietos. Siempre he estado muy orgulloso de mis hijos y cada instante que paso con ellos hace que toda la existencia adquiera calidez y sentido.


En 1963 Mary gozaba de buena salud, pero tuvo que hacerse extirpar el apéndice. Se recuperó despacio de la operación en el Hospital Ashford, y tal vez su resistencia se vio afectada o sufrió una infección persistente. Tenía muchas ganas de ir de vacaciones, y al verano siguiente alquilamos un apartamento en San Juan, cerca de Alicante. Durante un mes todo fue bien, y nos divertimos en los bares y restaurantes de la playa. Era la clase de vacaciones en las que lo más destacado fue cuando papá se cayó del patín a pedal. Pero Mary enfermó de repente debido a una infección, y su estado derivó rápidamente en una grave neumonía.


A pesar de los cuidados del médico de la zona, un enfermero (el practicante) que estaba con ella a todas horas y un especialista de Alicante, murió tres días más tarde. Hacia el final, cuando apenas podía respirar, me cogió de la mano y me preguntó: «¿Me estoy muriendo?». No estoy seguro de si me oyó, pero le grité que la querría hasta el final. En sus últimos instantes de vida, cuando se quedó con la mirada fija, el doctor le masajeó el pecho, empujando la sangre al cerebro. Ella se giró y me miró fijamente, como si me viera por primera vez.


La enterramos en el pequeño cementerio protestante de Alicante, un pequeño jardín con piedras tapiado con unas cuantas tumbas de turistas británicos que habían muerto en accidentes de yate. El día anterior vino a verme un sacerdote protestante, un español amable y bondadoso que no se ofendió cuando me negué a rezar con él. Todavía oigo el sonido del carrito con ruedas de hierro que llevaba el ataúd por el jardín pedregoso. El sacerdote ofició una misa breve, observado por mí y los niños y unos cuantos vecinos ingleses de nuestro bloque de apartamentos. Luego el sacerdote se arremangó, cogió una pala y empezó a echar la tierra sobre el ataúd.


A finales de septiembre, cuando la playa de San Juan estaba desierta y el aire frío estaba empezando a bajar de las montañas, nos fuimos del bloque de apartamentos vacío y emprendimos el largo viaje de vuelta en coche a Inglaterra. Desde el principio me empeñé en mantener a mi familia unida. Las hermanas de Mary y su madre, que fueron de gran ayuda durante los años siguientes, se ofrecieron a compartir la educación de los niños. Pero yo sentía que mi deber con Mary era cuidar de mis hijos, y seguramente los necesitaba a ellos más que ellos a mí.


Hice todo lo posible por hacer de madre y de padre para ellos, aunque en los años sesenta era muy poco común encontrar a padres solos que cuidaran de sus hijos. Muchas personas (que deberían haber tenido más juicio) me dijeron abiertamente que la pérdida de una madre era irreparable y que los niños quedarían afectados para siempre, como sostenía el psiquiatra infantil John Bowlby. Sin embargo, yo dudo seriamente de esa afirmación, que me parece poco probable dados los riesgos de la infancia; en caso de que la afirmación fuera cierta, las desventajas evolutivas habrían sido seleccionadas en contra y se habría formado un vínculo paternal menos peligroso. Creo que la principal amenaza que implica la muerte de una madre es la figura de un padre indiferente o ausente. Mientras el padre superviviente sea cariñoso y permanezca junto a los niños, los pequeños se desarrollarán.


Yo quería profundamente a mis hijos, como bien sabían ellos, y teníamos la suerte de que mi trabajo de escritor me permitía estar con ellos todo el tiempo. Les preparaba el desayuno y los llevaba al colegio, y luego escribía hasta que llegaba la hora de recogerlos. Como era difícil conseguir una canguro que trabajara durante el día, lo hacíamos todo juntos: comprar, ver a los amigos, visitar museos, ir de vacaciones, hacer los deberes, ver la televisión. 

En 1965 hicimos un viaje en coche a Grecia que duró casi dos meses, unas maravillosas vacaciones en las que estuvimos juntos en todo momento. Recuerdo que estábamos en un atasco en una carretera de montaña del Peloponeso, y una mujer estadounidense miró hacia nuestro coche y dijo: «¿De veras está solo con estos tres?». A lo que yo contesté: «Con estos tres nunca se está solo». Afortunadamente, hacía mucho que había olvidado lo que era estar solo.



Espero que los niños se dieran cuenta pronto de que siempre podían confiar en mí. Mi hijo Jim, que era el mayor, lloró profundamente la pérdida de su madre, pero nos ayudamos mutuamente a superarlo, y al final recobró la confianza y se volvió un adolescente alegre con un sentido del humor encantador e ingenioso. Mis hijas Fay y Bea no tardaron en hacerse cargo de la situación y se convirtieron en unas jóvenes resueltas antes de llegar a la adolescencia. Ellas decidían nuestra dieta, los hoteles en los que nos teníamos que alojar en vacaciones y la ropa que debíamos comprar. En muchos sentidos, mis hijos me educaron a mí.



El alcohol fue un buen amigo y confidente al principio; normalmente tomaba un whisky escocés fuerte con soda cuando volvía de llevar a los niños al colegio y me sentaba a escribir poco después de las nueve. En aquella época acababa de beber aproximadamente a la hora a la que empiezo ahora. La botella de Johnnie Walker creaba un microclima que alentaba a mi imaginación a salir de su madriguera y probar el aire. Kingsley Amis se empeñaba en invitarme a comer, y por las noches solía visitar Keats Grove, donde él y Elizabeth Jane Howard habían alquilado un piso. Jane siempre se mostraba amable, aunque seguramente mi presencia era una molestia. Ella preparaba la cena y la comíamos sobre el regazo, mientras Kingsley no perdía de vista un concurso de la televisión y se dedicaba a contestar todas las preguntas antes de que salieran de la boca del presentador. Estoy muy agradecido a Kingsley, y me alegro de haber visto su lado generoso y benévolo antes de que se convirtiera en un cascarrabias profesional.


Otros amigos también fueron de gran ayuda, sobre todo Michael Moorcock y su esposa Hilary. Pero, como aprende toda persona afligida por la muerte de un familiar cercano, uno no tarda en llegar a un punto en el que los amigos pueden hacer poco más que mantener su vaso lleno. Echaba de menos a Mary en mil y un detalles domésticos: las huellas que había dejado de sí misma en la cocina, la habitación y el cuarto de baño formaban los contornos de un enorme vacío. Su ausencia era un espacio en nuestras vidas que casi podía abrazar. Tras su muerte vinieron largos meses de celibato, durante los que me molestaba ver parejas felizmente casadas paseando por Shepperton High Street. En una ocasión, vi a una pareja riéndose en el coche que iba delante de mí y toqué el claxon airadamente. Después de la fase de celibato vino una especie de promiscuidad desesperada, una forma de tratamiento de choque con el que intentaba volver a la vida a fuerza de voluntad. Recuerdo haber abrazado a mi primera amante -la mujer separada de un amigo- como un superviviente en el mar aferrándose a su rescatador. Estoy muy agradecido a las amigas de Mary que me apoyaron y comprendieron que había llegado el momento de llevarme de vuelta a la luz. A su manera, estaban pensando en Mary antes que en mí; eran mujeres sabias a las que les preocupaba la felicidad de los hijos de Mary.

Aproximadamente un año después de la muerte de Mary la vi en un sueño. Estaba caminando por delante de nuestra casa, con la falda ondeando al viento, y sonreía alegremente para sí. Me vio mirándola desde la puerta de nuestra casa y siguió caminando, sonriéndome por encima del hombro. Cuando me desperté intenté retener aquellos momentos en mi cabeza, pero sabía que a su manera ella me estaba diciendo adiós y que por lo menos me estaba empezando a recuperar.

Estoy seguro de que cambié mucho durante aquellos años. Por un lado, me alegraba de estar tan unido a mis hijos. Mientras ellos fueran felices, todo lo demás no importaba, y mi éxito o fracaso como escritor era una preocupación menor. Sin embargo, al mismo tiempo, sentía que la naturaleza había cometido un terrible crimen contra Mary y los niños. ¿Por qué? No había respuesta a la pregunta, lo que me obsesionaría durante las décadas siguientes.

por james graham ballardpadre y madre de sus hijos
Traducción: Ignacio Gómez Calvo 

5 mar 2018

ENTREViSTA A CEES NOOTEBOOM

El tiempo antes del tiempo

En esta entrevista, el escritor holandés Cees Nooteboom, varias veces candidato al premio Nobel, habla de su vida y de su obra, marcada por la melancolía e iluminada por el humor
El primer viaje significativo en la vida de Cees Nooteboom implicó menos un desplazamiento en el espacio que en la dimensión del espíritu: fue del caos al orden. Antes de que, a los 19 años, abandonara el hogar para recorrer Europa haciendo autostop; antes de que sus viajes por el mundo -tamizados por una especial sensibilidad para observar y comprender la diversidad humana y por una curiosidad intelectual que parece no tener límites- alimentaran una obra rica en novelas, relatos de viajes y poesía, cuyo valor ha sido reconocido por la crítica internacional, a tal punto que su nombre circula una y otra vez entre los candidatos al premio Nobel; mucho antes de todo eso, siendo un adolescente, Nooteboom fue enviado por su familia a un monasterio agustino. Allí, este escritor nacido en La Haya en 1933 tuvo su primer contacto sistemático con la literatura y con el mundo de las ideas.
"Mi infancia no fue como la de Borges o Nabokov -dice el autor de Rituales, de visita en la Argentina-. En mi casa no había libros, había caos a causa de la guerra. Mis padres eran católicos pero no muy practicantes. Después de que mi padre murió, mi madre se casó con un hombre muy católico, que me envió con los monjes. Allí recibí una educación muy buena: griego, latín, Ovidio, los clásicos.
"No había nadie en casa que me dijera: ?Debes leer a Proust´. Eso tiene ventajas y desventajas: por un lado, significa que uno tiene que averiguar todo por sí mismo pero, por otro lado, esa situación hace que uno desarrolle cierto extraño instinto? A los 18 años me encontré con un poeta que me preguntó: ?¿Qué lee?´. Yo había leído a una novelista que ahora está completamente olvidada. El me miro asombrado: ?Usted debería leer a Ezra Pound´, me dijo. Allí fui, entonces, y me compré un libro de Ezra Pound, el abecé de la lectura. De modo que soy, en cierta manera, aparte de los pocos años de monasterio y educación clásica, lo que se puede llamar un autodidacta."
Esa infancia que Nooteboom identifica con el caos ha sido en parte cancelada por el olvido. "Cuando hubo una exhibición sobre mi vida en el museo literario que tenemos en Holanda alguien del museo averiguó, revisando el catastro, que mis padres cambiaron de casa ocho veces entre mi nacimiento y el primer día de la guerra, o sea, ocho mudanzas en siete años. No tuve una infancia protegida y no tengo recuerdos de ella. No recuerdo las mudanzas ni tampoco las escuelas a las que asistí. El 10 de mayo de 1940 fuimos bombardeados por los alemanes. Mi teoría es que todo ese ruido y ese caos marcaron un corte y borraron los recuerdos que yo tenía de lo que había vivido antes. Ahora estoy leyendo el último libro de Amos Oz y me impresiona cómo es capaz de recordarlo todo, cuando era pequeño, en Israel, y al mismo tiempo me siento tan pobre porque no recuerdo nada".
Hace unos días, Nooteboom llegó a la Argentina a bordo de un crucero que embarcó en Valparaíso, tocó Cabo de Hornos y terminó en Buenos Aires. Durante esa travesía dio dos charlas sobre su obra (una, compartida con su amigo, el escritor alemán Rüdiger Safranski).
De la vasta obra que Nooteboom produjo en los últimos cincuenta años se pueden encontrar en Buenos Aires algunos títulos importantes, como El desvío a Santiago, ¡Mokusei! y Hotel nómada, además de las novelas Rituales (premio Pegasus), La historia siguiente (Premio Europeo Aristeion de Literatura y premio Grinzane Cavour) y El día de todas las almas. "En Alemania es donde tengo mayor éxito. Allí, libros como Rituales, La historia siguiente o El día de todas las almas, extrañamente, son best sellers. Desde luego, yo no soy un autor de best sellers, pero que mis libros se vendan bien hace mi vida mucho más fácil. No todos mis títulos están traducidos al español y son pocos los que han llegado aquí. En general se traduce a los autores ingleses o norteamericanos, pero con los escritores de los países pequeños es diferente. Supongo que eso es algo que tiene que ver con el imperio de la cultura angloamericana porque, obviamente, tiene que haber cosas interesantes fuera del mundo angloamericano. Los propios escritores norteamericanos están preocupados por este tema y están tratando de hacer algo, ya que sólo el cinco por ciento de los libros que se publican en los Estados Unidos llega del exterior. En Holanda hemos traducido a Borges, a Cortázar, a Vargas Llosa pero, en ese sentido, el intercambio con los países de América latina siempre ha sido desfavorable. Ahora ha mejorado, y espero que siga mejorando".
La primera novela de Nooteboom, El paraíso está al lado, apareció a mediados de los años cincuenta, un poco prematuramente, según el autor. "Es una novela de iniciación, de juventud, de autostop, de amor. Tuvo éxito en Holanda porque era una suerte de novela de carretera. Fue traducida al alemán tres años después pero desapareció completamente. Ahora la han retraducido y le han dado su título original que en español sería Felipe y los otros, y es un éxito, aunque ha pasado tanto tiempo. El problema es que una primera novela se escribe como si surgiera de un manantial. En tres meses estuvo lista y yo tuve mis quince minutos de fama, como dice Andy Warhol. De repente, yo era un escritor. Todos lo decían, así que debía de ser verdad. Pero yo no sabía qué hacer. Tampoco tenía dinero, así que comencé a escribir publicidad. Fue un ejercicio útil, porque obliga a escribir sobre algo en especial de una cierta manera, pero no duró mucho. 
Me enamoré. Ella era de Surinam y hacia allí fui, a bordo de un buque en el que me embarqué como marinero (algo que hice una sola vez en mi vida, pero que fue toda una experiencia). En Surinam escribí algunos relatos sobre marineros y, después, una novela que de alguna manera tiene que ver con el problema de la escritura: lo que significa para quien escribe y si uno está dispuesto a sacrificar su vida por ella. El protagonista del libro, que es escritor, se suicida. Esa fue la última novela que escribí en mucho tiempo. Durante diecisiete años viajé por todo el mundo sin hacer ficción pero escribí mucho sobre arte y sobre viajes, e hice varios libros de poesía. Y siempre supe que escribiría novelas. Sólo que me di cuenta de que había empezado demasiado temprano y de que no tenía entonces suficiente conocimiento del mundo."
¿De qué están hechas las novelas de Nooteboom? De la respiración de Europa, de sus problemas modernos, sus tradiciones medievales, su herencia griega y latina. También están hechas de tiempo. Muchos de sus personajes viven obsesionados por el tiempo, ya sea que traten de controlarlo por medio de la repetición de rituales enloquecedores o se abandonen pasivamente a su curso, como ocurre, precisamente, en Rituales. En El día de todas las almas el tiempo se despliega en diferentes planos, tanto para una Berlín que muestra todavía frescas las cicatrices de la reunificación como para el camarógrafo documentalista holandés Arthur Daane, que se mueve entre el recuerdo de su esposa e hijo muertos en un accidente de aviación y el presente de una profesión que lo sustrae durante semanas de la vida cotidiana para narrar la historia de la mafia rusa o registrar el ascetismo de los monjes budistas. Profesión en la que, por otra parte, el tiempo tiene una importancia vital ya que modifica la luz, materia prima con la que Daane trabaja. En La historia siguiente, en cambio, el tiempo opera de un modo mágico. Herman Mussert, gris profesor de griego y de latín, se acuesta una noche en su departamento de Amsterdam y amanece al día siguiente en un hotel de Lisboa, hecho inexplicable que le permite evocar episodios de su vida en esa ciudad, con nostalgia y deliciosa ironía.
"Estoy fascinado por el tiempo porque no sé lo que es. No sé mucho de ciencia pero, cada vez que alguien explica que cuando ocurrió el Big Bang comenzó el tiempo, se me ocurre una pregunta científicamente estúpida pero natural: ¿y antes del Big Bang? Nadie ha sido capaz de responderme qué ha ocurrido antes del tiempo".
Inni Wintraub (protagonista de Rituales), Daane y Mussert son seres mutilados. Nooteboom los ha arrojado a la aventura de sus novelas después de haberlos despojado de algún valor esencial (a Wintraub lo abandonó su esposa y ha fallado en el intento de suicidarse, Daane perdió mujer e hijo al estrellarse un avión y a Mussert le han quitado... ¿la realidad, la sustancia de una vida terrenal?) dejándoles un hueco donde anida una callada melancolía que, por debajo del humor y el tono reflexivo, va tiñendo cada historia.
"Tal vez sea cierto que uno escribe siempre el mismo libro aunque con un montón de diferencias en cada caso. La melancolía es parte del ser. Lo que ocurre es que, de alguna manera, a uno no le gusta admitir que es una persona melancólica porque la melancolía también es una enfermedad, desde el punto de vista psiquiátrico. Pero, por otra parte, escribir es un acto de entusiasmo. Vivir y escribir parece entonc es una contradicción. En general, cuando la gente me entrevista o escribe acerca de Rituales identifica a su protagonista conmigo, y yo digo que se equivocan, porque Wintraub nunca hubiera escrito una novela. No hubiera hecho nada, en realidad, más bien se habría sentado a mirar. Por otra parte Daane tiene una vida de intensa actividad, posiblemente inducida por el hecho de que su esposa e hijo han muerto, es cierto, pero su contemplación del teatro humano como camarógrafo es muy activa".
La contemplación del teatro humano es, también, una de las especialidades de Nooteboom. 
Testimonio de ello son sus libros de viajes, entre ellos, El desvío a Santiago y Hotel Nooteboom, en el que recoge los relatos que escribió durante sus visitas a Gambia, Malí, Bolivia y México en los años 60, 70 y 80. Todo empezó con aquel viaje a dedo por las rutas de Europa. "No recuerdo qué fue lo que me impulsó a hacerlo. Supongo que habrá sido la idea del movimiento, del descubrimiento, pero a los 19 años uno es tan joven que nada es preconsiderado. De todos modos, eran otros tiempos. Ahora sería impensable un viaje así porque en las autopistas no está permitido hacer autostop. En aquellos años, en la década del 50, había pocas autopistas en Europa. Tampoco se fijaba uno en los hoteles y en el confort. Era, simplemente, ponerse al costado de la carretera y pensar dónde se iba a dormir esa noche. Tengo un colega, en Holanda, que siempre se queda en casa y me pregunta por qué viajo tanto, por qué tengo esa inquietud. Lo que ocurre es que me siento bien viajando, más allá de que en cada viaje siempre hay momentos que no son del todo agradables. A los 17 años me presenté en un monasterio trapense y le dije al abad que quería ingresar. El hombre, que sin duda vio en mí algo que yo mismo no había visto aún, me indicó una celda, me dio el libro de un santo, un diccionario de latín-holandés, papel y lápiz para que lo tradujera. Duré apenas unos días. De todos modos siempre, cuando viajo, visito monasterios. Me atraen esas vidas un poco extremas, completamente fuera del mundo. Para mí los viajes no son una huida, no huyo de nada cuando viajo. Estoy conmigo, aunque no sea la mejor compañía".
Algunos de los relatos de viajes de Nooteboom tienen un matiz más periodístico que literario, como, por ejemplo, los que escribió en los países africanos y en Bolivia.
"En realidad, nunca fui un periodista en el sentido estricto del término aunque tuve una columna en un diario, durante muchos años, en la que era libre de escribir sobre cualquier tema. Bolivia fue una experiencia muy interesante. Cuando la visité por primera vez, de Sudamérica solo conocía Surinam, la ex colonia de Holanda (un lugar fantástico). Pero Bolivia era completamente diferente de lo que uno estaba habituado a ver, era un país indio. En ese momento, además, tenía el interés adicional de que hacía poco había muerto allí el Che Guevara, y se seguían con mucha expectativa las alternativas del experimento que Castro estaba haciendo en Cuba".
Nooteboom reconoce que, de alguna manera, el hábito de viajar enseña a despojarse de lo superfluo. 
"De todos modos, es muy difícil para mí evaluar si eso es así porque, en mi caso, además de los viajes cuenta la edad. Cuando uno ha visto mucho, ha viajado por todos los continentes y ha vivido ya una vida relativamente larga, un montón de cosas se vuelven superfluas. Si uno viaja por África, por el desierto, en distintas circunstancias, ve la vida humana en todas sus formas. Y ve mucho sufrimiento. Entonces, cuando se vuelve a Holanda después de haber estado tres meses en distintos lugares donde la gente tiene sus propios dramas, las noticias en los diarios sobre las peleas entre los políticos, por ejemplo (que parecen ser siempre las mismas), o ciertos temas que se presentan como debates encendidos, se ven desde otra perspectiva. Lo mismo me ocurre cuando leo los periódicos en España, donde tengo una pequeña casa a la que vuelvo después de cada invierno. Uno empieza a encontrar aburridas algunas discusiones. 
Viajar constantemente le puede dar a uno la sensación de que planea por encima de esas pequeñeces y, en ese sentido, hay que tener mucho cuidado de no desapegarse de esa realidad cotidiana tanto que luego ya no se comprenda más de qué están hablando los otros. 
Hay una anécdota graciosa. Tengo un amigo holandés, una persona encantadora, matemático, filósofo y profesor de sánscrito. Un día me dijo: ?No leo los diarios, nunca miro la televisión, no escucho la radio. La vida es demasiado corta, soy el único que puede hacer este trabajo y a eso tengo que dedicar mi tiempo´. Sí, pero, escucha, pasan cosas terribles
Oh, sí! -dijo él con toda tranquilidad-. Lo sé porque entonces la gente viene y me lo cuenta".